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El apego infantil influye directamente en la forma en la que nos relacionamos cuando somos adultos, tanto por exceso como por defecto.
Desde que nacemos, la forma en la que los adultos se relacionan con nosotros nos hace definir la forma en que interactuaremos en el futuro, además un apego infantil saludable favorece el desarrollo del cerebro.
Si un niño se cría en un entorno donde no se muestra el cariño, sus progenitores no tienen buena relación entre sí, y el menor pasa mucho tiempo solo, posiblemente cuando sea adulto se muestre inseguro y ansioso a la hora de establecer relaciones con otras personas.
Para entender el apego, se deben definir los tipos que hay:
– Apego seguro: Se trata de una forma de apego positiva, en la que los progenitores mantienen un contacto adecuado con sus hijos, dando respuesta a sus necesidades emocionales, se preocupan por ellos, realizan muestras de cariño y escuchan sus demandas.
No se trata de abrazar o hacer caso constantemente al menor, pues esto puede incluso incomodarles y crearles malestar; simplemente se mantiene una interacción “sana” sin excesos ni carencias.
De este tipo de apego se desarrollará en el niño una personalidad segura en las interacciones, y no tendrá miedo a separarse de sus familiares, pues confía en ellos y no necesita estar constantemente bajo su protección (ej.: estarán a gusto en una guardería, aunque el momento de separación sea duro, luego mantendrá una actitud correcta, sin ansiedad por separación)
– Apego ansioso-ambivalente: En este caso, existe cariño por parte de los padres hacia el niño, pero no lo demuestran porque no tienen adquiridas las habilidades necesarias, y se crea “una distancia” emocional. Suelen llamar la atención del menor sólo para remarcar los aspectos negativos de su conducta, lo que afecta en la autoestima del menor.
De este tipo de apego se pueden desarrollar formas de interacción inseguras de gran carga de dependencia emocional.
– Apego ansioso-evitativo: Se podría resumir en los casos de niños “no deseados”, ya que no existe cariño ninguno por parte de los padres hacia el menor, les tratan con desprecio, como si no existieran o fueran un problema, por lo que estos niños crecerán sintiendo que no son valiosos y que son un problema, sensación que se extrapolará a sus relaciones futuras, donde siempre se sentirán inferiores y “decepcionantes” para los demás, evitarán las relaciones muy íntimas por miedo a ser dañados o juzgados.
– Apego ansioso-desorganizado: En este caso existe manipulación emocional por parte de los padres hacia el menor, lo utilizan en función de sus necesidades; se caracteriza por relaciones incoherentes, por los cambios de actitud donde el niño no entiende lo que ocurre, por las mentiras; donde al final el niño no sabe muy bien cuál es su lugar, ni desarrolla un autoconcepto claro, no adquirirá habilidades sociales adecuadas, y no sabrá como mostrar el afecto, basando sus relaciones en la manipulación de los otros para su propio bienestar (pues es lo que le han enseñado); además no sabrá gestionar bien las emociones, caracterizando sus conductas por el descontrol (gritos, romper juguetes, dar golpes)
Una vez desarrollado el apego en los adultos, es importante enfrentarnos a las dificultades que aparezcan en nuestras relaciones en la vida adulta, pues posiblemente, nuestro tipo de apego esté caracterizado por nuestras vivencias emocionales en la infancia; podemos haber desarrollado personalidades dependientes, inseguras con búsqueda de aprobación constante o marcadas por el dolor y la falta de control, con vocabulario negativo.
Es importante analizar nuestra forma de relacionarnos, hacer autocrítica, evaluar nuestro entorno social, y si es necesario reeducar nuestras habilidades sociales y capacidad de relacionarnos, o de las de las personas que se encuentran a nuestro al rededor (por ejemplo problemas en la pareja), para no aumentar los sentimientos de frustración y toxicidad en las interacciones, y obtener relaciones sanas y enriquecedoras para nosotros.Acudir a terapia puede ayudarnos a lograrlo.